EN EL DISEÑO HAY VIDA INTELIGENTE, PERO ESTÁ PENALIZADO POR LA ESTÉTICA.

  • Adrián Mozas

    Diseñador gráfico

Con esta frase respondía el diseñador Alberto Corazón a la pregunta “¿hay vida inteligente en el diseño?”. El maestro, recientemente fallecido, fue durante toda su carrera un firme defensor de la subordinación de la estética a la utilidad y la usabilidad. Para el, la belleza debería ser simplemente una consecuencia del buen diseño, pero no el objetivo principal.

 

A modo de ejemplo, explicaba Alberto que cuando le encargaron la creación del teléfono DOMO, de Telefónica, sugirió que la campaña de márketing debía ser: “el único electrodoméstico inteligente que no necesita instrucciones”. Como él mismo lamenta, no le hicieron demasiado caso, y esta situación se convierte en una fiel representación de lo que sucede, en términos generales, en las relaciones creativo-cliente.

 

Hay una diferencia interesante en lo que buscan un profesional del diseño con respecto a lo que busca su contratista en el momento de hacerle un encargo. El primero visualiza un problema a resolver (un problema comunicativo en el caso del diseño gráfico) y estudia detenidamente las opciones óptimas para solucionarlo. En esta fase del diseño, lo que se conoce como “briefing”, se analiza el público objetivo al que va dirigido; la imagen que pretende transmitir de sí mismo el emisor, el tono del mensaje, las necesidades comunicativas, el tiempo de visualización según el medio en el que vaya a publicarse y difundirse… etc.

 

Esto se traduce en una búsqueda de familias tipográficas a utilizar, diferentes formatos, gamas cromáticas, composiciones gráficas, diseño de retículas, prueba de encajes, tamaño de fuente, interlineados, selección de imágenes y de tono general de la obra resultante… En definitiva, en aplicar todo el conocimiento del profesional en hacer un producto funcional al objetivo comunicativo. Un producto en el que la estética es consecuencia y no objetivo, y en el que la belleza está totalmente supeditada a la utilidad comunicativa. Función antes que forma. 

 

El cliente, por contra, no dispone de toda esta formación en comunicación gráfica. No comprende su funcionamiento más allá de las sensaciones subjetivas que le pueda transmitir una obra u otra. El cliente diferencia si algo “le gusta” o si algo “no le gusta”, tomando como única medida la estética, y la estética desde un punto de vista absolutamente subjetivo.

 

El problema acaba siendo el de siempre: Al profesional del diseño no se le considera como un profesional de la comunicación al nivel de otras profesiones que no requieran una función estética. Nadie le cuestiona al fontanero el color del PVC usado para cambiar un codo o la silicona empleada para sellar una fuga, porque se entiende que la estética es útil a la función a realizar. Al profesional del diseño, sin embargo, se le contrata con la idea errónea de “hacer bonito” algo. Con la idea errónea de que la estética, y no la función, debe ser lo principal en la obra. 

 

“Haz el logo más grande”; “Cambia esa tipografía”; “Junta más las letras”; “amplía esa imagen”; “haz esa flecha que destaque más”; “Así no me gusta, píntalo de rojo”, son instrucciones basadas en la única consideración estética, y sin tener en cuenta en absoluto que todas y cada una de las decisiones estéticas por las que optó el profesional del diseño estaban justificadas en una intención comunicativa que funcionaba en conjunto. Cuando el cliente está realizando esas peticiones de forma arbitraria, está dando una orden tan absurda como pedirle al fontanero que arregle la tubería con chicle de fresa en lugar de silicona, porque le gusta más como queda la tubería en rosa que en blanco. 

 

Hoy, a apenas unos días del fallecimiento del maestro Alberto Corazón, hacemos un llamamiento a la función del diseño, a la utilidad y la usabilidad, a supeditar la estética al uso, a concebir a los diseñadores como profesionales de la comunicación y no como artistas. Hacemos una llamada a la vida inteligente en el diseño.

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